Dejemos en paz a Cristiano Ronaldo

El futbolista de leyenda que es, queda ensombrecido por actitudes altivas, declaraciones fuera de lugar o comportamientos que no están a la altura de su estatus de estrella.

A mí personalmente no me gustan los valores que representa Cristiano Ronaldo. Son la quintaesencia de la sociedad capitalista, cuya máxima expresión es una cuenta bancaria a la que ya no le caben los dígitos y una imagen cuidada para y por el culto al individualismo. Vanidad y materialismo, los valores faro de nuestros tiempos.

Si bien la estrella portuguesa cuenta por millones a sus seguidores en el mundo, el número de sus detractores seguro que no deja indiferente. Cada metedura de pata de Cristiano es el preludio de un alud de críticas en forma de debates televisivos, artículos de prensa, memes circulando por la red hasta infinitos diálogos entre aficionados.

El elemento común a todas estas actitudes no es otro que el juicio. El individualismo rampante mencionado más arriba propicia que las personas nos permitamos, ni siquiera sin darnos cuenta, la licencia de juzgar al prójimo a diestro y siniestro desde nuestras atalayas morales. ¿Qué pasa, que nosotros no la liamos nunca? ¡Ya lo creo, la única diferencia es que no sale por todos los medios de comunicación del mundo entero!

Tal y como constatamos en el post anterior ¡Con lo que cobra…! , es facilísimo justificar nuestra indignación ante un comportamiento inapropiado de un personaje famoso alegando las cantidades que cobra. No obstante, observamos también que el blanco de nuestras sentencias no tiene porqué ser Cristiano. Puede serlo el vecino de enfrente.

Me resulta intrigante saber de dónde proviene el placer que experimentamos humillando a los demás con nuestras palabras. ¿Acaso cumple una finalidad? ¿Cuál?

Reza el dicho que cuando señalamos a alguien con un dedo, los otros tres nos señalan a nosotros mismos. En otros términos, proyectamos sobre los demás la rabia que sentimos hacia nosotros mismos al no aceptarnos como somos o el querer siempre ser más perfectos.

Yo mismo soy el primero en cargar contra los demás cuando se presenta la ocasión, aunque, intentando sentir más empatía en las mil y una situaciones irritantes del día a día, he observado un descenso en mis sentencias. Es como cuando el conductor de turno no arranca cuando el semáforo se pone en verde. Antes de empezar a gritar improperios, propongo 1) respirar hondo 2) preguntarse: ¿y si se le ha atascado la palanca de cambio? ¿Y si se ha quedado pensando en su esposa gravemente enferma? ¿Y si se ha despistado y ya está? Al tiempo que ejecutamos esta secuencia, el coche de delante ya habrá arrancado sin más.

Aplicando este principio al vecino de enfrente o al mismo Cristiano todos los días, ganaremos en empatía y tolerancia y perderemos en violencia y malestar espiritual.

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