Yo soy un hombre como cualquier otro. No me malinterpretéis, todavía hay tiempo hasta el final del artículo. Soy un hombre como cualquier otro en el más puro sentido biológico, pues cuando veo la imagen en dimensiones gigantes de una chica guapa, atractiva y ligera de ropa seduciéndome desde el andamio de un edificio en obras del Passeig de Gràcia, pienso “¡joder, qué buena que está!”. No obstante, a menudo me pregunto qué demonios hace esa chica ahí y por qué me muestra su cuerpo así.
Algo parecido me sucedió recientemente con Kim Kardashian y Emily Ratajkowski. Por quien no las conozca, ambas se ganan la vida exhibiendo su cuerpo al desnudo. En cualquier caso, cito a las dos vedettes juntas porque recientemente encontré una foto en la red de las dos posando topless ante el mismo espejo, si bien con un recuadro negro añadido en postproducción para ocultar sendos pechos. Me llamó la atención el hecho de que ambas modelos mostrasen el dedo medio, o sea, una peineta. Quizás con este gesto querían reivindicar algo – pensé. Más abajo, el tweet de Emily Ratajkowski que acompañaba la foto me aclaró un poco las cosas. Decía:
“Aunque la mirada de la sociedad sea degradante, debe haber un espacio en el que las mujeres puedan ser sexuales cuando quieran”
(https://twitter.com/emrata/status/715254449296449536)
Querida Emily, puedes ser lo sexual que quieras hija mía, nadie te lo prohíbe. Sin embargo, ocurre lo siguiente: ser sexual tal y como muestras en esta y tropecientas otras fotos tuyas, que mira tú por dónde te dan bastante de comer, se inserta en un contexto donde el patriarcado es tu amo y señor.
Somos bastantes los que coincidimos en que el sexo y todos sus derivados son un asunto incómodo, irresuelto en nuestra sociedad. Como reza el manual de la vida, toda represión o distorsión de una emoción desemboca en patología. Pues bien, los hombres del siglo XXI andamos con una idea del sexo un poquitín retorcida que, a resumidas cuentas, percibe a la mujer como un pecaminoso objeto de deseo. Ellas, como viven en un mundo gobernado por machos descerebrados, han acabado por intentar forjarse una identidad que, aun pretendiendo reivindicar una femineidad supuestamente auténtica, no hace más que potenciar ingenua, estúpida y erróneamente la hegemonía del susodicho paradigma patriarcal.
Sin dejar de ser apasionante, místico, especial y demás calificativos, el sexo – entiéndase el significado, no el significante – es una cosa normal, natural, común, corriente, del día a día. Vamos, que no hay que darle más vueltas; hay que conocerlo bien, por supuesto, pero no hace falta ponerlo en un pedestal ni enterrarlo bajo el yugo de ningún dogma (religioso). El sexo no tiene porqué encarcelarnos en la perversa distorsión que se nos suministra las 24 horas del día y nos acosa hasta en la sopa… la cual nos acabamos tragando. Los barrotes nos los ponemos nosotros mismos, sólo hay que recordar cómo los colocamos ahí para saber sacarlos.
Si es que llega, el día en que la humanidad se ilumine y deje atrás siglos de cabezonería enfermiza, el sexo o todo lo que incite a ello ya no será un negocio (multimillonario).
Me sabría mal por ti, querida Emily y, ya de paso, por ti también, Kim, porque vosotras dos os llevaríais la peor parte. Tendríais que echar currículums a destajo y hacer cola en el INEM, pues si el sexo regresa al lugar que le pertenece por naturaleza, ya no podréis forraros a base de bien siendo sexuales cuando queráis.