En una reunión familiar reciente, se debatió ampliamente sobre la situación del sistema sanitario catalán. Al ser varios los médicos presentes en dicho encuentro, abundaban casos y anécdotas sobre pacientes que, por ejemplo, eran devueltos a casa en un estado de salud más que cuestionable. “Necesitan liberar camas” – “o sea que no hay dinero”, pensé yo. Pregunté para cerciorarme de mi certeza y no me equivoqué: “Sólo miran las cuentas, las decisiones las toman los bancos”, remató mi primo.
Es decir, que si las cuentas no salen, no hay vidas que merezcan la pena ser salvadas. Esos dígitos en pantallas electrónicas tienen la última palabra. Da igual que ese complejo y absurdo sistema de cifras abstractas inventado para servir a las personas no tenga sentido, siendo la destrucción de las relaciones humanas y su hábitat uno de sus logros más significantes. Tranquilos, no voy a hablar de Grecia ni del Capitalismo. Propongo una reflexión más profunda.
Las creencias del ser humano modelan la realidad. Suena a topicazo de libro de autoayuda, pero es así. El materialismo científico sostiene que por un lado está la realidad que cada uno quiere ver y, por el otro, la que es, es decir, la realidad objetiva y demostrable, la que se impone a cualquier creencia voluntaria y personal. Digo esto porque resulta que el sistema económico y monetario es un acuerdo inventado por y para el hombre: su poder emerge a partir del significado que queremos otorgarle. Como dice C. Eisenstein en Sacroeconomía, “el dinero es un concepto social que tenemos el poder de cambiar” y “los símbolos no tienen ningún valor intrínseco sino que lo derivan de la interpretación que los humanos hacemos de ellos”[1]. En otras palabras, el dinero y todo lo malo que siembra no es una ley natural. ¿O es que la Prima de Riesgo o la dichosa deuda ya estaban antes que los dinosaurios? Es obvio que no, pero actuamos como así fuera.
En definitiva, el dinero, la economía, los famosos mercados, etc. son un puñado de abstracciones sin valor intrínseco. Y es que encima todos sabemos que esas abstracciones las manipulan a su antojo una panda de tramposos que nos tienen paralizados. En aquéllas no debería haber nada más que una función diseñada para ayudar al ser humano a subsistir de manera igualitaria y harmoniosa con sus congéneres y la biosfera. Si ese no es el caso, hay que darles un nuevo significado. En cuanto lo encontremos, podremos idear un sistema que nos sirva a todos.